miércoles, 3 de diciembre de 2008

Finale impromtu

Conduzco mi automóvil por una carretera en subida muy quebrada, llueve mucho, ruedo en medio de una larga fila de carros y la visibilidad es bastante deficiente. De un momento a otro siento mucho frío en la cara, tengo ganas de toser, los huesos de mis dedos creo que se congelan, pienso en la hipotermia. Después me doy cuenta que mi espalda está mojada, por lo tanto helada. Pero también mis piernas, al punto de no sentirlas. Experimento un infinito cansancio. Comienzo a sentirme desvalido. Transcurre un segundo de angustia. Al cabo de ese tiempo, lo entiendo todo. Dejé de conducir mi automóvil. Ahora estoy en la vía, manejando con un control remoto un carro igual al mío pero a escala. Camino detrás de él aunque también me veo a mí mismo en su interior. Ya no me interesa el frío, ni la lluvia ni la hipotermia. Me esfuerzo por dar cada paso, me fatigo, el aire frío llena mis pulmones... me siento bien, me agrada el aspecto que tengo, me gusta poder ver desde arriba cómo hago las cosas, qué lugar ocupo y qué tipo de realidad es la que me rodea cuando conduzco mi automóvil desde su interior... todo lo que existe afuera y ahora puedo ver.

Lo que se ve fuera del auto es lindo. Con lluvia, viento y frío, sigue siendo hermoso. Hay un mundo inmenso. Gran cantidad de aire. Espacio vacío en el que deben volar muchas cosas. Colores como el verde y el azul y otros cuyo nombre no conozco.

En cambio, mi estrecho espacio al interior del carro es miserable, es ridículo, no es grato, no es amable, ni siquiera es divertido. Desde su interior no se ve casi nada, por eso el volumen del radio es alto. Por eso la música es un grito.

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