miércoles, 21 de julio de 2010

Abrazada a tu chelo

Abrazada a tu chelo eres el sol de la montaña,
el movimiento del agua,
un llamado lejano,
la hoja que se cae,
la tierra mojada,
el verbo venir,
una puerta entreabierta,
todas las cosas que quiero.

La tarde que no se acaba

Siendo tan difícil como el paso que debes dar (por desconocimiento o simple incompetencia) te levantas una mañana y te das cuenta que tus cosas siguen en el mismo lugar que las dejaste. La vida tirada por el piso, los sueños que ya no reconoces, el mismo motivo de la espera, el dónde y el cuándo, que se vuelven persistentes, invasivos y melancólicos. Aparece también el por qué sigues escribiendo y caminando sin mucha idoneidad. Sales a la calle y ves el mundo tan parecido a la nunca recobrada imagen de la conformidad: gente saliendo a la oficina o corriendo en el parque antes de salir a la oficina. Sabes en ese momento que tu camino es distinto (así vayas al mismo lugar). Es un delirio gobernado por los encuentros que, necesitas te lleven lejos de esta realidad maniquea, desabrigada, indolente y hasta cierto punto suicida. Juegas entonces a recorrer el tiempo cumpliendo la cita de un guión nefasto y no menos conveniente. Tu regreso, mientras buscas el camino a tu casa, es un examen de confianza. Sabes que tu sitio es un cuadro de Modigliani, una empanada en la mañana, un sueño en el separador, un adagio entre las nubes y una cita en la sala de cine con la mujer que amas. En ese momento recuerdas la primera toma de Morir en Madrid, la bruma, el sendero, el labriego, el paso lento, la tarde que no se acaba.

Es ahí donde comienza y termina tu obsesionado y fracasado proyecto de la tarde que no se acaba.

domingo, 18 de julio de 2010

Bill Withers - Ain't No Sunshine

Conocí el tema en un L.P. que trajo mi papá a la casa familiar en los años 70´s, en la maravillosa interpretación de Isaac Hayes en el concierto de Wattstax (20 de agosto de 1972) conocido como el Woodstock afroamericano. Fue una de mis primeras y más importantes entradas a la música. Gracias Álvaro. Esta es la versión original de su compositor, Bill Withers.

Te voy a dar la espera

Te voy a dar la espera, los colores que se quedaron, la intención de seguir en el camino.

Soy el hombre que se esconde, soy la sombra al otro lado de la vela. Me quedaré quieto y te seguiré adorando como quien persiste en la página que se quiere leer. Recogeré las cosas que arrojaste desde la ventana. Me dedicaré a tus ojos (maravillosos, desafiantes, inauditos), antes de que amanezca. Me quedaré en la casa, porque afuera sopla el viento y es posible que más tarde llueva. Chuchuna inverosimil, creo que no te voy a dejar ir. Me voy a instalar otra vez en las notas de tu chelo, las que viajan por las calles, llegan a las nubes y también a mí.

sábado, 17 de julio de 2010

Es preciso perderse para empezar a escuchar (Carmen Pardo Salgado)

Es preciso vivir en el aire, respirar tu aliento, administrar la lentitud, dormir la madrugada, llevarte y traerte de regreso, dibujarte la vida que me vas a dar, hacer el día desde tu cintura, impulsarte al abismo que me acompaña, entregarte un trozo de fruta con tus ojos cerrados, retenerte, liberarte, llenarte de flores y descansar a tu lado.

El sueño de la carretera

Suelo recibir con agrado la llegada de la lluvia, cuando es cálida, pertinaz e invasiva. Desde el panorámico de mi automóvil, la carretera y lo que pienso son sólo gotas de agua que se borran y me recuerdan las preguntas que dejé. Cuando llueve no me gusta ver la cara de mi ciudad desprotegida, decadente y vertiginosa (nocturna-inabordable). Es por eso que prefiero el silencio de la carretera,

la cadena de recuerdos que me conducen a ti
el hallazgo de una piedra azul cuando empezaba a caminar
el terror de por fin llegar, a donde no hay nadie
la distancia que me separa de la estrella más cercana
las palabras pronunciadas algún día y que fueron las últimas
las señales que dejé marcadas en el camino para que me encontraras
las cosas que fui a ver cuando nadie lo pidió
lo que ves en mis ojos y no me es posible ver
lo que aprendí viajando en tu cuerpo
las puertas que cerré
lo que creo que soy
el salto al vacío... con los brazos abiertos.

viernes, 16 de julio de 2010

Charles Ives

Un niño va corriendo a recoger la pelota que se ha ido lejos. Al tomarla entre sus manos olvida la pelota, olvida que está lejos y se sienta en el campo verde cubierto por la última luz del atardecer. En lugar de miedo, en sus ojos se refleja la rama caída en el prado, el viento que se lleva un papel, el instante de vida que acompaña a un insecto, su agitada respiración. Aparece la certeza de su inmovilidad, de ocupar, por primera vez, un punto despreciable, alrededor del cual, todas las cosas del mundo se desplazan, cumpliendo el milenario libreto del cambio. Advierte con trémulo asombro, con infantil alegría, que es un eje en el centro de su minúsculo universo, que ya no quiere regresar, que se quiere quedar, para habitar definitivamente el espacio del silencio.

jueves, 15 de julio de 2010