sábado, 2 de febrero de 2013

Esta luna que se eleva

Ya no sé de los pasados, los anhelos o las palabras que se endosaron
No entiendo la negligencia que una noche separó las almas
Tampoco recuerdo el pan que se dejó partido sobre la mesa
No quiero dejar mi vida abandonada a la desidia del silencio
Pretendo restituir la sensación de cielo a mis juveniles intentos de futuro.

Mis ojos dejaron de ver el mundo que se repite
Ahora se me antoja la sombra que se hace cuando te veo
La cosmografía me indica que algo vive cerca aunque venga de lejos
Mi fascinación es situarnos los dos bajo una misma luz.

Tengo muchas intenciones asociadas a esta luna que se eleva
Agradezco tus miradas de otro mundo que me alojan y me divierten
No pienso dejarte sola, entretenida con tu idea de quedarte
Dejaré que hagas una fiesta conmigo a partir de este día que se aleja
Me sentaré a imaginar lo que ocurre si además de tenerte
te dibujo con el dedo un camino curvo sobre la arena.

La versión de Isabela

La versión de Isabela es la imposibilidad de ver las mismas cosas, con las mismas personas, en los mismos  lugares, cuando se está de vuelta. Es pronosticar que recoger los pasos no habrá de comprometer la trepidante alucinación de un escritor compartiendo su café.  Jugarse su vida fue siempre salir del abandono con un traje nuevo para sentir el arrojo y volver a sonreír. No entiende si su designio fue producto de la imaginación, un mal paso en un buen momento o las ganas de mirar una estrella que brillaba sola. Ella sabe que olvidar es salir a caminar sin ver la calle.

La indiferencia nos hará libres

Consideramos que la indiferencia nos hará libres en una ciudad hostil y calumniosa de la cual poco sabemos y a la cual nada le debemos. Repetimos -por eso mismo- todas las patadas que nos dieron y escupimos en las calles las inconfesables frustraciones que gracias a nosotros heredarán también nuestros hijos. Nuestra indolencia frente a la soledad y la tristeza alcanza todos los días los límites de la crueldad y sólo conocemos la grandeza cuando participamos de la descomunal algarabía que ofende y agrede la tranquilidad de unos pocos. Pretendemos reivindicar la justicia y la paz de nuestro minúsculo círculo privado, pero ignoramos el respeto que merecen quienes comparten el aire que ensuciamos, la basura que expulsamos y las maldiciones que publicamos. No agradecemos los favores del sol, la bondad de los árboles ni la alegría que derrama la lluvia. Preferimos los pasajes en donde se comercian mercaderías baratas, tan costosas e inalcanzables como nuestros sueños. Miramos con desaire a quienes no ven en una piedra la imagen milagrosa que creemos ver. Evitamos la diferencia, el arte y la aventura, para no convertirnos en seres complejos, inteligentes y desafortunados. Disculpamos la vileza y la mediocridad de quienes, como nosotros, no quieren saber la diferencia entre lo que se es y lo que se parece. Nunca buscamos, no preguntamos, no conocemos el verbo inventar, convivimos con el letargo y la parsimoniosa comodidad de la sopa servida. Nada sabemos de la belleza, nos conformamos con el modelo prestado que nos evita pensar. No reclamamos, no arriesgamos, no buscamos, sólo acariciamos gatos que no entienden lo que decimos, ni conocen la escabrosa razón por la cual los alimentamos: la tabla de salvación que queda después de tanta soledad y tanta incapacidad de amar.