sábado, 27 de diciembre de 2008

Como una canción



En lugar de un poema algo parecido a una canción
que acompañe cuando no haya nada para comer
o los pies recorran el trayecto de un blues, cansados de tanto caminar.

Que sea un viaje que conduzca siempre a la salida.
Un porro sinuano una flauta ´e millo un violonchelo en la montaña
o una voz (precisamente como la tuya) que regresa de un lugar que no conozco.

Que tenga la apariencia de la alegría
del tiempo que se va
o de las palabras que deja salir tu boca
cuando yo las intento atrapapar...
como si fueras la mujer que siempre sale a caminar
y yo, el hombre que recoge las flores que dejas
sólo para poderte alcanzar.

A veces sucenden cosas, cataclismos, imprevistos, dictados del más acá, miradas lejanas que se atropellan, mensajes con códigos cifrados, invitaciones a ser algo más que un accidente en la vida... de lo cual nadie se tiene que salvar. A veces dan ganas de ser un silencio escrito en un pentagrama, una historia bien contada, un beso en un parque público, un paseo en bicicleta, cualquier hoja encontrada en el prado, un verso abandonado o un momento que queremos se repita y no se repita... sólo porque es sagrado. Por eso preferimos la distancia que comienza a ser cercana, acompañada de todas las preguntas que siguen siendo parte de nosotros. Para entender que nunca vamos a negociar lo que somos y seguiremos necesitando. Porque queremos seguir habitando el centro de nuestra breve y sencilla existencia.
Sólo importa el café de la mañana acompañado de una sonrisa (que es música y que por eso mismo, sólo se explica en el fondo del alma). Yo ya lo entendí. Sólo quiero una vida que se pueda recorrer, como una canción que permanece en el tiempo y se renueva todos los días a las 4 de la mañana. Lo demás es hagamos el desayuno, perdonemos la tristeza, dibujemos los colores, derrotemos el vacío, toquémonos los pies y salgamos a volar en globo o en bicicleta aferrados a lo único que realmente somos.




sábado, 20 de diciembre de 2008

Una historia


Siempre me ha resultado difícil colgar cuadros en las paredes, escribir bien, planchar las camisas, recibir regalos, comprender el pasado, mantener un escritorio ordenado, perdonar la indolencia y el desagradecimiento, manejar el sentido del humor inteligente, aceptar que los aviones pueden volar, trazar con precisión las líneas de las letras, los esquemas y los dibujos, creer en los designios zodiacales y tocar bien la guitarra. A cambio se me facilita recibir visitas en medias, acostarme tarde, hablar en voz alta cuando camino solo, dar regalos, dormir en el cine, pensar en puestas de sol y meterme en la cocina para que en la casa circule la ilusión.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El barco se va

La historia ocurre en un teatro de barrio. Un actor que olvida su papel. Es un personaje secundario que hace su entrada sólo al final de la obra, con la responsabilidad de darle sentido a una confusa trama contemporánea.

"Me lanzé al agua, y después recordé que no sabía nadar",
dice el parlamento del protagonista, para darle paso a la única intervención de nuestro personaje. Todo el reducido público queda suspendido de un eterno e incómodo silencio en el que sólo caben las angustias, las preguntas, los bostezos y todas las vidas de los asistentes resumidas en el segundo previo a un suspiro. Una taza de café se derrama. Un penetrante dolor taladra la cabeza del portero. El único reflector de luz titila por un instante, sin que nadie lo recuerde. Los repetidos pasos del director ebrio, escondido en un sucio camerino, se escuchan en todo el barrio. Un gato displicente cruza la calle. El frío asesino hace su ronda nocturna y cubre la inútil rutina de una ciudad que se resiste a dormir el sueño de una promesa no cumplida. En ese momento -y porque toda su desgracia es una cosa material que cubre el penoso recorrido desde el bajo vientre hasta su ser más interior- nuestro personaje (que ya olvidó su papel y no le interesa recordarlo) dice:

"No me voy a quedar. Voy a caminar, otra vez, las calles que conozco. Voy a
componer una canción. Voy a agradecer el tiempo, las palabras, el contacto de la
piel. Tengo ganas de meterme en un cine contigo, para volver al lugar donde comienza el regreso: una fiesta al amanecer, una sombra y otra sombra, la noticia del olvido".
Dicho esto, toma su abrigo, camina la platea rumbo a la puerta de salida, abandona el teatro y con él la ciudad y todo su pasado.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Sala de conciertos

Desde la puerta trasera de la sala de conciertos se te podía ver. Alejada de mí, distraída en el inocente recorrido de una idea, concentrada en el fastidioso paso del tiempo. Como si cada minuto fuera materia tangible, el final del mundo o un gran deseo a punto de convertirse en realidad. De vez en cuando veía que te movías; sólo yo lo notaba pues a nadie más interesabas. Lo hacías para mirar el piso, el folleto que te entregaron o un punto imaginario ubicado entre tus rodillas y tu mentón, para simular que pensabas. Yo creo que no lo hacías. Pensé, y aún lo sigo haciendo, que cansada de esperar, elegiste cantar mentalmente una canción escogida al azar, que te recordara lo fácil que es vivir en un mundo, diseñado por otros, en el que puedes entrar y salir cada vez que quieres. Eras un punto en el vacío o, para decirlo de otra forma, la idea más parecida al 1 absoluto, la representación de la más hermosa y profunda soledad. Sólo te acompañaba la intención de seguir siendo la misma, de volver a creer en la re-encarnación y de terminar de entender por qué sigues saliendo sola de los conciertos, la salas de cine y las reuniones con amigos. Por todo eso se te veía cómoda, dispersa y poco amigable. Cuando entraron los músicos al escenario no cruzaste la pierna, ni enderazaste tu espalda, ni tampoco tosiste; sólo dejaste de cantar y te abandonaste al más íntimo placer de dejarte abrazar por un trío de jazz, que habla en otro idioma acerca de un mundo que no existe.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Finale impromtu

Conduzco mi automóvil por una carretera en subida muy quebrada, llueve mucho, ruedo en medio de una larga fila de carros y la visibilidad es bastante deficiente. De un momento a otro siento mucho frío en la cara, tengo ganas de toser, los huesos de mis dedos creo que se congelan, pienso en la hipotermia. Después me doy cuenta que mi espalda está mojada, por lo tanto helada. Pero también mis piernas, al punto de no sentirlas. Experimento un infinito cansancio. Comienzo a sentirme desvalido. Transcurre un segundo de angustia. Al cabo de ese tiempo, lo entiendo todo. Dejé de conducir mi automóvil. Ahora estoy en la vía, manejando con un control remoto un carro igual al mío pero a escala. Camino detrás de él aunque también me veo a mí mismo en su interior. Ya no me interesa el frío, ni la lluvia ni la hipotermia. Me esfuerzo por dar cada paso, me fatigo, el aire frío llena mis pulmones... me siento bien, me agrada el aspecto que tengo, me gusta poder ver desde arriba cómo hago las cosas, qué lugar ocupo y qué tipo de realidad es la que me rodea cuando conduzco mi automóvil desde su interior... todo lo que existe afuera y ahora puedo ver.

Lo que se ve fuera del auto es lindo. Con lluvia, viento y frío, sigue siendo hermoso. Hay un mundo inmenso. Gran cantidad de aire. Espacio vacío en el que deben volar muchas cosas. Colores como el verde y el azul y otros cuyo nombre no conozco.

En cambio, mi estrecho espacio al interior del carro es miserable, es ridículo, no es grato, no es amable, ni siquiera es divertido. Desde su interior no se ve casi nada, por eso el volumen del radio es alto. Por eso la música es un grito.