martes, 5 de enero de 2010

El espacio

En este punto extraño y -para decirlo de otro modo- un tanto incómodo, al inicio de otro fugaz año terrestre que, como los últimos diez y siete, veremos pasar desde el puente; se me antoja dejar de mirar el tiempo y dedicarle algo al espacio. El punto, la línea, la superficie, los volúmenes, el eje z, la cuarta dimensión (en el lenguaje matemático porque para la teoría de la relatividad estaríamos hablando nuevamente de tiempo), el tiempoespacio y el agujero negro en el que no habita ni lo uno ni lo otro. Se trata de la aventura del pensamiento en la inventada y maravillosa correspondencia de la realidad con la forma de las ideas. Nada más quijotesco que la ciencia. Luego vienen los conceptos y los lugares comunes. El espacio entre los dos, la invasión de tu espacio, las distancias fabricadas de múltiples espacios, el espacio interior... y el más importante, tal vez porque es el único real, el espacio cósmico, que además es curvo e infinito.

A favor de los espacios están el aire libre, la cama doble, las cúpulas islámicas y la distancia que recorro en cualquier medio cuando me alejo.

Sacrificando los espacios se encuentran los ascensores, las piscinas y el interior de todos los medios de transporte inventados.

Para la generalidad la libertad está asociada directamente a un problema de espacios abiertos (físicos y metafísicos) como el viaje, la voluntad y las ideas, asunto con el cual los existencialistas no estuvieron precisamente de acuerdo.

En mi caso el asunto del espacio me conmueve más desde dos necesidades:

1. La belleza

2. Entrar

La belleza

La belleza desde la dimensión del tiempo se llama música. O como lo dijo Barenboim, la música es la interrupción del silencio. Y este último, sólo se explica desde el tiempo. Para el caso del espacio el tema se hace más sencillo y a la vez innumerable. Como escribió Calamaro, lo que pasa es que soy muy sensible a la belleza. Todo lo que me resulta hermoso ocupa un sitio en el vacío. Más aún, puede ser el vacío mismo: los únicos cuadros que he pintado en mi vida tienen como título Blanco 1 y Blanco 2. Además de lo obvio de su contenido hay que agregar que también, y naturalmente, no volveré a pintar. El blanco no es mi color favorito, desde la óptica, además, parece que no es un color pues es la suma de todos. Mi color es el azul, el azúl Miró...el de la serie Azul. De los tres, este es el que me encanta: Azul II, (1961).



Miró


Pero como en todo hay otras versiones, otras maneras de querer ver lo mismo. Por ejemplo el cuadro de abajo lo pintó el francés Ives Klein y su original título, no muy alejado del de Miró, es Monochrome Bleu (1960)... un año antes.




Klein


Todo lo que más me gusta es azul. Como el azul del cielo que cubre el Altiplano Cundiboyacense que tanto quiero. Mi hermanita Clarita, que pinta muy bien, lo sabe y por eso me regaló un azul inmenso que veo todos los días de mi vida en el comedor de mi apartamento.
Es el centro de mi casa.

La belleza que sea grande, para que se pueda ver, y lo más grande es el espacio pues el tiempo no tiene principio ni fin. Sólo es grande lo que tiene límites. El paisaje enmarcado en la lente de mi cámara, el bosque que me hace insignificante, las nubes de papel en el cielo, todas las hojas del pasto verde que crece en el campo, una huella en el desierto, una piedra que se descuelga montaña abajo. Respeto todo lo que me supera. Me gusta la grandilocuencia.






Barbey







Joao, 8 años



Entrar

Mejor que salir, prefiero entrar. No me emociona el viaje, los paises, las compras, la peripecia nocturna y transgresora, la aventura urbana, la ansiedad que vive en los aeropuertos, el peso de la maleta, el abandono, la necesidad de viajar para encontrar algo importante. Me quedo con la intimidad de las casas en donde se acuesta, descansa y se levanta la gente. Me quedo con el ruido que produzco. Me quedo con lo que hay adentro. Me quedo con todas mis cosas en el escenario. Me quedo con el mejor momento de la vida: el regreso.

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