sábado, 21 de noviembre de 2009

Ama las nubes 2.


Foto: Sandra Parra


  1. El eje polar de nuestro planeta forma un ángulo de 23 grados con el eje de su órbita alrededor del Sol. En Marte la desviación es de 24 grados. En Urano esta situación se vuelve extrema: los dos ejes forman un ángulo recto.

  2. El origen de la Luna, es atribuído poco después de la aparición de la Tierra.


  3. El origen de la vida se calcula hace dos mil millones de años

  4. Los dinosaurios desparecieron de la faz de la Tierra hace 65 millones de años.

Cuatro fenómenos que tienen en común una misma explicación. Nuestra Tierra se formó hace más de cuatro mil millones de años como resultado de la absorción acumulada de innumerables piedras procedentes del espacio. Al aumentar su masa con cada aportación meteórica, alcanzó rápidamente el umbral que le permitió a su campo de gravedad retener capas de agua y de materias gaseosas: los océanos y las atmósferas. Las nebulosas galácticas (nubes de gas y polvo cuya materia se encuentra extraordinariamente dispersa: 10.000 átomos por centímetro cúbico, miles de millones de veces más tenue que una nube de humo, o aún más,un grano por cada 100.000 metros cúbicos, el volumen de una sala de conciertos), están compuestas de polvos interestelares: pequeños granos de materia sólida parecidos a nuestra arena. Arrastrados por la rotación del disco protosolar, estos granos se encuentran, se juntan y forman conglomerados de una masa cada vez mayor. Terminan su constitución uniéndose a raros asteroides que pierden el centro de su órbita y viajan como bólidos hasta que impactan drásticamente a los planetas. Los choques más violentos pueden llegar a inclinar el eje de rotación de los planetas impactados. De allí las inclinaciones de Marte, Urano y de nuestro planeta. Las estaciones, las migraciones y todos los fenómenos climáticos preservan el recuerdo de una colisión brutal que inclinó el eje de la Tierra hacia el final del bombardeo meteórico de los primeros tiempos del sistema solar. Por eso la Navidad es fría o calurosa, depende del lugar en el que nos encontremos.



El nacimiento de la Luna, de otro lado, se atribuye a la colisión de un asteroide gigante (un cuerpo más grande que Marte) sobre la Tierra, poco después de la formación del sistema solar. Con el calor que desprende el impacto inmensas masas de materia son arrojadas al espacio las cuales se aglomeran y terminan por constituir nuestro satélite, la hermosa Luna que nos acompaña, el principal agente que nos recuerda que el Universo existe.



Los cometas son bloques de hielo, polvo cósmico e hidrocarburos del tamaño de una motaña de de 8.000 mts. de altura (recordemos que la temperatura promedio del espacio interestelar es de -270 grados centígrados). Millones de ellos ocupan el inmenso espacio que separa el Sol de las estrellas. En un viaje lento por el universo (a una velocidad inferior a la luz) predomina la oscuridad, el frío y el vacío. O como lo dijo Carl Sagan, pasan los años y uno no se encuentra con nada. Pero en los cometas también se ha detectado la presencia de de numerosas variedades de moléculas orgánicas. En los primeros días de la Tierra millones de meteoritos y de cometas se abatieron sobre su superficie. Los hielos se fundieron y se mezclaron con las piedras licuadas y más tarde, tras el enfriamiento del planeta, los innumerables cráteres volcánicos expulsaron vapor de agua que cayó en forma de lluvia y que constituyó la capa acuática. La vida, viene del cielo.



Hace 250 millones de años, una hecatombe de gran envergadura supone la desaparición de la mitad de la especies marinas. Fue el fin de los trilobites y de las amonitas. Los mismos que encontramos en forma de fósiles en el desierto contiguo a Villa de Leyva. Corresponden a esta época la formación de los cráteres de Rochechouart en Francia, y el de Manicouagan, en Quebec, producidos por la violenta visita de asteroides que alteraron la historia de vida de nuestro planeta. Otra hecatombe, de parecidas dimensiones, tiene lugar hace 65 millones de años, trae consigo la extinción de los dinosaurios, que hizo posible la expansión de los mamíferos, los que en pocas decenas de millones de años evolucionarían para dar origen a numerosas familias: caballos, gatos, elefantes, ballenas, monos y... homínidos, nuestros abuelos naturales. Cómo fue....? En Chixculub (Península de Yucatán, México) cayó, hace 65 millones de años, un meteorito gigante cuyo impacto desencadenó incendios forestales y opacas nubes de humo que oscurecieron la atmósfera del planeta por completo. Con esto, la luz solar no llegó al suelo, el proceso de fotosíntesis se interrumpió, se produjo un rápido enfriamiento de la biosfera y con ello un invierno meteórico y un efecto invernadero (parecido al que hoy nos amenaza) con un subsiguiente recalentamiento considerable de la superficie planetaria. Los dinosaurios, en su gran mayoría herbívoros, agonizaron a falta de alimento.



Sabemos, por cuenta de la estadística, que el intervalo medio entre las caídas de meteoritos de dimensiones superiores a diez kilómetros que impactan la superficie terrestre, es de un centenar de millones de años.


Hay otra historia. Una larga falla geológica recorre el continente africano desde Egipto hasta Tanzania. Hace unos pocos millones de años, cuando el continente ya estaba habitado por diversas poblaciones de monos, al este de la falla, el suelo se levantó lentamente. La selva se secó y se transformó en sabana. Allí, la vegetación pobre y escasa ofrecía poca protección contra los depredadores. A fuerza de aprender a correr para buscar abrigo, los monos se vieron obligados a adoptar la posición vertical, dejando así libres sus manos. Este cambio de postura inició el fenómeno de la hominización. El mono dio paso al homo sapiens. Allí y en ese lugar se encuentra ubicado nuestro verdadero origen... Evolución biológica se llama esto.


Qué habría pasado con este, nuestro planeta prestado, si el monumental asteroide no hubiese desviado el eje de rotación, si los cometas no hubieran traído las moléculas de vida, si el descomunal meteorito no hubiera caído en México, si los movimientos turbulentos del magma terrestre no hubieran provocado el levantamiento de la placa al este del África...


La respuesta es tan inocente como definitiva. Nuestra existencia es y seguirá siendo una contingencia. Nuestra corta vida (despreciable en el tiempo cósmico) es producto del azar, el mismo que me ha hecho ser lo que soy y que me obliga a creer y a hacer lo que pienso y hago. La reflexión metafísica sobre el sentido de mi existencia es vana y no tiene objeto. Por lo pronto seguiré buscando un lecho para soñar, un rayo de sol que me conforte, una palabra que repita lo que soy, una música que me convierta en lo que quiero ser y un ser vivo, diferente a mí, interesado en respirar el mismo aire.


No dejaré de dirigir mi mirada al cielo. No dejaré de inventar lo que me imagino. No dejaré de ver lo que no se ve. No dejaré de creer.

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