lunes, 16 de noviembre de 2009

Ama las nubes 1.


He concluído la lectura de un libro maravilloso que me mantuvo, durante privilegiados momentos de vida y a lo largo de incontables meses, lejos de mis cosas y muy cerca de la realidad. Su título, AVES, MARAVILLOSAS AVES, los diálogos entre el cielo y la vida de Hubert Reeves. Dice más el subtítulo que el título, pero eso no importa, como tampoco el hecho de haberme obsesionado con la idea de no terminarlo nunca. Lo cierto es que ya llegué a la última página; fatal adjetivo que según la RAE designa (sé que el verbo es equivocado) lo remoto, lo retirado, lo escondido... y más aún, lo que está al final, lo definitivo; y para decirlo en un lenguaje más literario: dicho de una cosa que en su línea no tiene otra después de sí. Pues bueno, sí hay algo de fatalidad. No nos atraen los términos (amenazan nuestra libertad), no nos gustan los finales; que la espléndida cena se termine, que el viaje del descanso llegue a su fin, que el paseo en bicicleta culmine para convertirse en un registro del pasado, que la fiesta del sábado en la noche languidezca porque es otra vez domingo y nadie quería que lo fuera, que la película, la canción en la ventana, el desayuno de sol, el abrazo infinito, el sueño compartido o la vida misma desaparezcan para convertirnos en seres irremadiablemente solos. Por eso no era mi intención terminar mi lectura.

Para creer que nada llega a su fin, para imaginarme que sigo siendo el mismo de ayer... y en fin, para no morir, comparto entonces algunas ideas y verdades tan importantes como conmovedoras que recogí (nada es mío, todo me gusta y soy un inocente espectador que compra su boleta para reclamar algo que le fue prometido). Recuerdo una escena en la que Jack Nicholson despierta entre sorprendido y sonriente con los aplausos cerrados y emocionados al final de La Traviatta después de haber dormido y roncado plácidamante durante toda la obra. Qué momento... eso es lo que quiero para mí.

Lo que viene ahora son elementales, desenfadadas y espontáneas acotaciones mías logradas a partir de los datos suminstrados por Reeves. Escribo esta entrada, estos comentarios y este blog porque creo, firme y solemnemente, que no voy a morir. Porque confío ciega y prudentemente en la perseverancia de la tecnología, que le da al hombre corriente la posibilidad de inmortalizarse en la palabra.

Un año luz equivale a diez billones de kilómetros que recorre la luz a 500.000 kms por segundo.
Las galaxias ubicadas en los confines del universo observable están situadas a unos diez mil millones de años luz de nuestro pequeño planeta. Es decir, las vemos como eran hace diez mil millones de años... todo lo que vemos es pasado, nada es real, todo es una hermosa mentira, por cuenta de la luz y la distancia. Los invidentes no tienen ese problema, sé que es macabro, pero así es. Es la razón por la cual ellos ven mejor que ustedes, los que pueden leer este blog.

Una de las mejores definiciones del infinito (palabra a la que le deberíamos prestar más atención, si es que queremos entender algo...) le pertenece a un hombre que vivió en el Renacimiento, Nicolás de Cusa: "El universo tiene su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna parte".

Centenares de miles de años luz: la dimensión de las galaxias.

Miles de millones de años luz: el tamaño del universo.

Miles de millones de años: la edad del universo.

Dos mil millones de años: la vida en nuestro planeta.

...Paréntesis de sensibilización.


"El hombre es sólo una caña, la más debil de la naturaleza; pero es una caña que piensa. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo; un vapor, una gota de agua bastan para matarle. Pero aunque el universo le aplaste, el hombre seguirá siendo superior a lo que le mata, porque sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él, el universo no la conoce"(Pascal). El pronóstico es que seremos aplastados, no por la naturaleza, ni por el desarrollo de la tecnología, ni por el abuso desconsiderado de los recursos naturales... pero sí por el incontrovertible principio cósmico del cambio... para darle paso a especies más evolucionadas, así como sucedió con el desaparecido reinado de los dinosaurios. Por lo pronto la punta de lanza de nuestro dominio sí se fundamenta en la conciencia que tenemos de la muerte, única consideración que hace posible la filosofía, la religión y la ciencia.

Antes y después de la vida está la presencia de energías. Fue lo que hizo posible que la materia se organizara en lugar de permanecer en su magma caótico primordial, léase el tiempo que sucedió al Big Bang. Sigo pensando que todo está y estará en orden, aún después de nuestras inconsecuentes vidas alimentadas por el sueño de la independencia. Todo está donde debe estar. Lo entendieron los griegos cuando inspirados en el dictado de la naturaleza tallaron el concepto de destino. La libertad de los hombres y la autodeterminación de los pueblos son quimeras necesarias y bellamente inventadas. El destino está hecho de lúdica, azar y contingencias. De allí venimos y no está incluído en nuestro libreto el poderlo cambiar.

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