domingo, 9 de junio de 2013

Carta

Te escribo para contarte la vida que se ve desde aquí y con ello explicarte por qué las nociones de la distancia, la luz que se acerca y la música en el camino, me resultan tan parecidas en su importancia y su definición. También para conmoverte con mis proyectos a la sombra de un árbol antes del fin del tiempo. Calladas y rebeldes están las calles que abandonamos, como si se resistieran al cambio, al dolor y al deterioro; del mismo modo que los hombres se obsesionan con la tabla de madera que no quieren soltar. Caminarlas hace que la vida, por un momento, se convierta en un ejercicio agotador e inútil. En ocasiones pienso en ti y cuando lo hago el cielo se llena de cosas bonitas, la película cambia su velocidad y dejo de preocuparme por mi destino. Te recuerdo casi siempre pensativa e infantil, interesada en la pelota que se fue lejos y encariñada con las cosas pequeñas, con los otros y conmigo. Han pasado sólo un par de años, y para mí sigues siendo la mujer trigueña que se escapa como la canción que vivió en alguna parte y nunca regresa. Es verdad que te sigo encontrando por la calle administrando esa sonrisa que te hizo segura y necesaria, pero también sé que las gotas en el vidrio no recorren el mismo camino, ni el humo dibuja siempre las mismas figuras. El pasado es un asunto delicado que no debe tomarse muy en serio y el presente es un oficio digno y comprometido, porque nunca sabes quién te está mirando cuando estás solo. Para verte bailar me quedé. Los colores que mejor recuerdo eran el naranja y el violeta. El blanco, que no es un color, creo que lo inventé para ti, porque le iba bien a tu piel y a tu extraña y pacífica existencia. Después llegaron tus regalos, los que provocaron el aliento, el desenfreno y mi última alegría. Hicimos un pacto voluntario para el tráfico de los sentidos, las urgencias y las flores que robé para ti. Alternamos la sed con el hambre, para elevar el deseo a una experiencia que destruye, re-define y ennoblece. Solemnes con los amaneceres, el cine y la belleza, fabricamos algunos viajes, muchas veces sin ganas de volver. Los cielos azules, el tiempo infinito, tu pie desnudo, la vida cerca, el frío de la ciudad, el alimento compartido, la piedra verde, todos los mares y todos los ríos. Exploramos lo que queda después del ahínco y las palabras que se dicen. Nunca existió el miedo. Siempre quise estar despierto. Ahora, mis días están a salvo porque todavía suelto los remos si la mañana está linda. Cuento las mismas historias, en los mismos lugares y a diferentes personas. Me siguen sorprendiendo cosas como el agua, la bondad, la alegría, el tiempo y la permanencia de los árboles. Encuentro a mis compañeros de colegio envejecidos, decepcionados y conformes. Comprendo mi interés por la entereza de los perros callejeros, la sonrisa de las vendedoras y la hermosa textura de las hojas secas que llevo hasta mi casa. Busco el amor cuando el sol acompaña el viento. Entrego entonces mis palabras mojadas por la lluvia y me quedo mirando el aire cuando estoy cansado. Casi siempre estoy bien, pero a veces me acuerdo de ti.

2 comentarios:

La Mona dijo...

Germán, qué carta. Declaras un tiempo presente que te permite ver hacia atrás con algo más bonito que la simple nostalgia. Sentí un nudito en mi corazón.

La Mona dijo...

Qué conmovedora carta. Es muy linda tu declaración, sincera, honesta, transparente, como siempre lo has sido.Se me hizo un nudito en el corazón cuando la leí. Pensé en la palabra NOSTALGIA.