sábado, 6 de abril de 2013

Alexis o el tratado del inútil combate - Marguerite Yourcenar

La tarde de un sábado de octubre, por cuenta de Vicente Torres, director de la Asociación Colombiana de Estudios Yourcenarianos, supe de tres o cuatro demoledores pensamientos de la Yourcenar que me llevaron al Alexis o el tratado del inútil combate,  para un ajuste de cuentas con una antigua necesidad .

Marguerite Yourcenar, centró sus placeres en la lectura, los viajes y los encuentros con los demás.  Se me ocurrió que la alegría es el misterio, y que el misterio habita sólo en el pensamiento. Leer es muchas veces algo tan parecido a ver o vivir, aunque nunca sea lo mismo. Viajar es alimentar la diferencia, pero quedarse es emprender otro viaje. Encontrar a un ser es discriminar lo que se es de lo que no se es.  M.Y. amaba la imagen de las cosas más que las cosas mismas (Cuentos Orientales). También puso en duda la existencia del alma, una valiente y maravillosa audacia. Y como reveladora intersección con Cervantes, mis peregrinas acotaciones de la vida y su poderoso pensamiento occidental, propuso tres líneas elípticas en la vida del ser humano que definen lo que somos: 1. lo que creemos ser, 2. lo que queremos ser y 3. lo que fatalmente somos. Esa rara amalgama que nos dificulta comprender el sentido y tomar una dirección.

Alexis o el tratado del inútil combate

Me imaginé que M.Y. intentó demostrar con su primera novela que hay algo más difícil que vivir (explicar el vivir), que las las palabras fueron hechas para esconder el pensamiento (Stendhal), que el pasado será siempre más estable que el enrevesado presente y que los fantasmas son invisibles porque los llevamos dentro (M.Y.).

En 1963 M.Y. separó el amor del placer y desconfió de todo afecto que se prolonga demasiado. En el siglo XXI los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz postularon la hormona feniletilamina (FEA) como la responsable del enamoramiento, un neurotransmisor que dura unos cuantos meses. Años después, el biólogo evolucionista Manuel Ruiz-García,  terminó proponiendo que agotado el efecto de FEA entra en juego la oxitocina, la hormona universal del apego. Cuando mi lectura del Alexis me llevó a la sentencia de se necesitan demasiadas virtudes para ser capaz de amar, contemplé la posibilidad de las pasiones como un asunto fundamentalmente noble y su comprensión como una práctica por demás inútil. En aquellos días creía reconocer en mí a un hombre solo.

Alexis (el personaje) escribe una carta porque quiere ser comprendido. Y como Calamaro, se presenta al mundo como un ser extremadamente sensible a la belleza. Tantas veces quise creer que mi caso es igual, que me entretiene la indagación a todas las formas de belleza, incluida la tristeza.

En mi viaje por el Alexis encontré que siempre hablamos de nosotros mismos y que no hace falta vivir mucho para descubrir que el placer y el sufrimiento son dos sensaciones muy parecidas. Tememos y, al mismo tiempo, buscamos el drama. De igual manera respetamos el dolor porque no es voluntario.

Dice que hablamos del placer y del sufrimiento sólo cuando nos dominan. Que el sufrimiento nos hace egoístas porque nos absorbe por entero. Que todos nos transformaríamos si nos atreviéramos a ser lo que somos. Que negamos la desnudez de las cosas a fuerza de persistentes esfuerzos por disfrazarlas con nuestras ideas. Que la naturaleza de la felicidad es la inocencia y que nada prueba mejor nuestra miseria que la importancia de la felicidad. La conexión que intento establecer entre cada uno de los postulados, existe sólo para mí. Todos nos transformaríamos si nos atreviéramos a ser lo que somos, no lo he dejado de pensar, no porque piense hacer algo... tal vez porque disfruto con su irreverente exactitud trágica.

Alexis comparte la idea de simpatía al modo griego: nada nos acerca tanto a otros seres como el tener miedo juntos. La noche en que llegué a esta página esperaba en el cine a una mujer que apenas conocía. Sentados en la sala, antes de la proyección, a cambio de esta cita le referí la belleza que habitan las palabras y el poder intransferible de los sueños.

Alexis desprecia los libros pues los encuentra inútiles en su odiosa y pretenciosa vocación de pronosticar la verdad y explicar la vida. He pensado muchas veces en ello. Nunca he defendido la lectura. Leo para divertirme.

Me gustaría creer, como lo hace Alexis en su carta a Mónica, que el alma no es más que la respiración del cuerpo. En mí no es fácil entenderlo,  pero en aquellos días de octubre sí me interesé por hacerlo. No lo conseguí. Estoy de acuerdo con algo de menor inteligencia y envergadura: el alma no envejece.

Llegué a la última página dos meses después. Había leído muchas veces las mismas palabras, estaba cansado, había mucha compasión en mí y me sentía suficientemente ensimismado con el pronóstico reservado de la vida: ...que el placer es efímero, que la gente feliz produce náuseas, que la música no nos facilita pensar (sino soñar), y que sólo hablamos de todo lo que está ausente. No olvidé la novela, su silencio vivo, su presencia permanente y cada uno de los lugares que visité con ella. No abandoné la idea de escribir al respecto, algo en voz baja, como lo hizo la Yourcenar en 1963, con un tratado sobre un combate cercano, humano e inútil.

1 comentario:

La Mona dijo...

Alexis es una de mis favoritas. Mi lectura es distinta de la tuya. Yo me centré, como siempre, en mis sentimientos, en mis deseos. Tú miras otras cosas de la novela y eso me encanta. Nunca pensé en compararla con Calamaro (y me parece genial esa capacidad tuya para vincularlo todo con otras cosas, como la música o el cine). Creo que volveré a leerla.