viernes, 10 de febrero de 2012

Lo único que tengo

Por estos días, me entretengo con salir a caminar la ruta que me conduce a mi casa, antes de que el sol desaparezca por completo, y me abandone como cualquier hombre de mala fortuna que olvidó que tiene memoria. Las hojas de los árboles tienen siempre un buen color, pero prefiero -antes de agradecer la luz que va y viene todos los días- imaginar que son perfectas, como dice mi profesora de yoga. Alguna tarde me quedaré bajo su sombra, en el sitio del frío prometedor, para esperarte. Como sé que nunca vendrás, me despido de los desconocidos, pienso en la felicidad del deseo y escucho las noticias.
Todo el ruido que produce la ciudad, me convierte en un silencio que magnifica la indecencia humana, la soledad de las montañas, el calor del mar y el peso de mis recuerdos.
Si una idea se presenta para componer una canción, descifrar una sonrisa o invertir un dolor, el regreso se hace más ligero y la vida más real.
Algunas veces me alegro del quizás de los otros y de los pedazos de ilusión que dejan todos los intentos. Si te viera desde lejos te reconocería por la brisa y por la foto fija de una película que no quiero terminar.
En contra de mi voluntad la noche llega, acredito la ensoñación, mis manos vuelven a los bolsillos y me quedo suspendido en el tiempo que soy y debo ser. La tragedia es la imposibilidad del regreso. El aire es lo único que tengo.

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