sábado, 11 de febrero de 2012

Café Tacuba-Nuestro Juramento



La propuesta del amor asociado a la muerte como el temblor de vida que determina el comportamiento y la lectura del mundo, es una tesis tan antigua como la historia de la humanidad. Los impulsos de la tristeza conjugados con la dicha efímera, cobran sentido en una sociedad que reivindica el espacio del pensamiento individual. El romanticismo del siglo XIX colocó al hombre frente al abismo y expuso, desde la palabra poética, la verdad de las pasiones en un escenario trágico y bien intencionado. El fatalismo, como alimento de una voz derrotada que se cansó de esperar su recompensa, define y redimensiona la pérdida y el fracaso. La promesa, convertida en deseo y reinventada por el bolero, es el triunfo de la entrega frente a la muerte. Amar hasta y después de la muerte traduce un propósito idealista que desborda cualquier proyección naturalista del mundo visible. La implacable rigidez del tiempo desencadena la ilusión de la eternidad como el mejor sitio habitable para el ser humano, única especie viva que no establece un vínculo de aceptación con la muerte.

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